martes, 28 de abril de 2009

Honestidad apátrida para pertenecer a Guayaquil


Todas las ubicaciones son ambigüas y recíprocas. Son los puntos de fuga del plano mental.

Guayaquil no me transforma por ser Guayaquil, me transforma porque me ubico mentalmente en este lugar que no es lugar hasta que lo llamemos así. Porque todo es lugar y es uno solo, nosotros lo partimos como pedazo de pastel y lo hemos estado representado con puntos y lìneas negras tan probables como encontrar merengue negro en ese pastel.




Al principio me resistí a ubicarme mentalmente en Guayaquil (algunos lo atribuyen al desprecio por lo ecuatoriano, al enajenamiento mental) pero en mi caso lo cierto es que jamás he querido ubicarme mentalmente en nada... ni en mi nacionalidad, ni en mi edad, ni en mi apariencia... en nada. Todo esto sumado a que mi colegio le daba poca importancia a lo nacional, y que uno de mis padres (extranjero) tampoco se siente parte de su nacionalidad, ni de lo demás. Así que tengo razones incluso genéticas para mi sentir apátrida hacia todo. Tampoco soy ciudadana del mundo, sería situarme en una denominación (que peor aún, se encuentra en boga). Un poco en tono oscuro, quizás por eso me costó un poco entender el derecho al anidamiento (derecho a que el cigoto se prenda del útero), porque no concibo como cualquier cosa quisiera anidarse, permanecer.

Sin embargo, ésta también es una actitud que no permite roles activos y por eso he decidido cambiar. Ojalá mi nueva actitud funcione y deje el turismo por el activismo.




Una española ultraderechista de inmensos ojos azules, que perdió su fortuna en la Revolución Mexicana, incluyendo a sus padres y hermanas (una se volvió prostituta y la otra monja por la misma razón: fervor hacia la comida del mediodìa) y que mucho después se convirtió en mi bisabuela, solía agregar al Padre Nuestro: "Y señor, por favor, te le suplico, no dejes que la vulgaridad llegue a ser parte de mi mente, alma o físico".

Ella era muy elegante, sin duda. Pero proclamar no tener ni una pizca de vulgaridad merece el título de ser "falto de clase".

Mi tonto ataque hacia una difunta también se dirige hacia mí, porque -en cierta medida- es lo que yo siento muy presente en esta ciudad: la vulgaridad. Y no es que yo sea una autoridad en elegancia ni mucho menos (la Tim Gunn de guayaquileñismos) pero, si deseo sentirme parte de este lugar, quisiera empezar reconociendo lo que me molesta acerca de esa identidad colectiva debajo del nombre de Guayaquil.




De la burguesía y élite:



No me gusta la burguesía cobarde que hace cálculos políticos ridículos para evitar que el objeto de su odio no gane alguna elección, como lo que he escuchado de varios empresarios guayaquileños sobre las pasadas elecciones: "A mi no me gusta Lucio (Gutiérrez, el ex presidente a quien casi nadie en Guayaquil le alzó el puño cuando deshizo sus propuestas y armó su propia Corte), pero con tal de que Correa no gane...", en vez de debatir y exigir representación: Madera de Guerrero (la lista que -sin excepción- apoyaban estos empresarios) no presentó candidato a la Presidencia, si el objetivo de ese grupo realmente es -como lo proclaman- defender a Guayaquil, entonces debería haberse reflejado: aspirando a mayor representatividad. Aún así, creo que de todas formas lo hizo, nos representó a los guayaquileños con la fórmula que apela a los sentimentalismos (llamado ser "bien berracos" lo femenino (sentimiento) disfrazado de lo viril (que en nuestro sistema de valores es el no-ahuevamiento)) buscando la vigencia de sus personajes tratando de desvincularlos con alguna historia pasada.. todo esto porque en Guayaquil realmente no hay nuevos y relevantes actores polìticos. Aunque eso sí "si es con Guayaquil, es con todos". Actuemos, pues. En fin, la política hipócrita y cobarde del "Mal menor", el puestito asegurado y viejas fórmulas disfrazadas con nuevos slogans la detesto.



Odio que los hijos de los grandes estafadores del país no conozcan el pasado de sus padres, o no les interese, disfrutando del beneficio del crimen cometido. En uno de los colegios en los que he estado, tuve a varios compañeros hijos de banqueros y ex-funcionarios conocidos en su entorno por sus muy bien forrados sacos y, por ejemplo, uno de ellos ni siquiera veía extraño que su papá tuviera una mansión sin siquiera contar con tìtulo de bachiller mientras que otro no cuestionaba el hecho de que su padre tenía 4 hijos en una de las universidades más caras de Latinoamérica con tan solo un periodo al mando de un Ministerio (perteneciente a una área social indudablemente en crisis) y servicios profesionales no tan rentables. Todo esto sítoma de una tendencia a olvidar el pasado para no rectificarlo porque en realidad, no duele (en las clases altas); un reproche casi inaudible dentro de la élite hacia los delincuentes de cuello blanco (como los Ortega, que se han llevado el país en peso y son bien vistos socialmente), junto a la admiración de sus posesiones y estilo de vida (¡¡Debutemos en el Club de la Unión!!), indicativo quizás de que el resto de la juventud tampoco tiene acceso a esta información ni le van dar tanta importancia si son expuestos a un sistema de valores que nos aloja todo lo anterior como el escenario "ideal" en el cerebro. Agrego que estos chicos ahora se encuentran en el extranjero estudiando Diseño de Modas, Ingeniería, Derecho, Robótica y otras carreras muy interesantes que no requieren gran estudio sobre la realidad social de "sus" países, destinos muy deseados por la gran mayoría de los estudiantes y fomentado por los profesores. ¡Buen trabajo el de los padres! Crear a personas que no cuestionen el orden establecido y cuya formación sea en lugares que los alienan del país en el que se "criaron". Muy astuto, de esa manera jamás sentirán vergüenza de tener a los padres que tienen; es más, los mirarán con orgullo.



No me gusta que sólo se reconozca a "lo guayaco" en contexto de bravuconería.



Detesto que los chicos burgueses que se identifican con "la izquierda" tampoco indaguen en el pasado de sus padres. La chica "comunista" que mencionaba en mi primer artículo no sabe que su padre (también autodenominado "de izquierda") es conocido por su negativa a inscribir a sus empleados dentro del Seguro Social.



Tampoco me gusta que muchas señoras guayaquileñas, (que dan caridad y mantienen su status mientras lo hacen... porque dar caridad es un status symbol) consideren la petición de sus empleadas a una afiliación como "atrevimiento" y que lo justifiquen con un: "yo siempre les regalo ropa". ¡La ropa no las va a mantener cuando estén viejas y enfermas!




Como podrán apreciar, para mi lo "vulgar" no necesariamente reside en panzas y palabrotas al aire sino que es una actitud ruin, poco reflexiva y egoísta. A eso lo llamo falta de clase.


Sigue en otro artículo.

2 comentarios:

  1. Creo que entiendo. No creo que la vulgaridad sea algo que dependa realmente de las influencias culturales en las que uno crece, no señor. Ser un vulgar huevón es algo que viene de una idiosincrasia propia. Gente de la calaña de tu ridícula bisabuela probablemente cree que basta con no ser uno más del montón. La cosa es que terminan siendo en cambio de otro. Pero simplones a la final.

    La vulgaridad es un palíndromo.

    ResponderEliminar
  2. .. y esos fueron tus tres quarks. Es muy difícil para mi poner mis ideas en palabras y me alegra que me hayas comprendido.

    ResponderEliminar

Powered By Blogger