
En la fila del banco lo hacen esperar una hora de pie y al llegar -¡por fin!- a la meta, le meten gol: "No se pueden hacer pagos sólo en esta sucursal, en todas las demás sí. Falla del sistema". La voz detrás del cristal no se inmuta ante los reclamos del rábido y empequeñecido cliente, raya en cínico desdeño cuando contesta con un helado "Siguiente". Y el próximo se acerca poco divertido ante el contraste entre aquella ventanilla y la boletería de un cine. El señor sigue hacia la puerta llena de pegatines del logo bancario hablando de negligencia, abuso y otros conceptos aprendidos de abogados. Nadie mira al otro buscando complicidad, siguen en sus propios asuntos, aún coincidiendo. Y en la afásica coexistencia se tensa el ambiente: la incomodidad y el sentimiento de impotencia propio de los que pensamos "ahora ya sé, pero ¿se aplicará a mi caso?" "si digo algo igual me tendría que ir a otra sucursal así que qué gano" "después me atiende de mala gana".
La gélida voz llama al guardia, experto en la relación ventanilla-trámite y le da instrucciones perfectamente audibles para todos nosotros -que seguimos parados- y aún así reaccionamos con sorpresa ante la indicativa del guardían: "No se pueden hacer pagos por hoy". La poca diferencia de alturas no impidió que reconociéramos a nuestra nueva autoridad bancaria o quizás ayudó a contribuir al diálogo porque empezamos a preguntar "¿Y la luz?" "¿Y el agua?" "¿El internet?" "¿La tarjeta también?" Y sentimos un ligero alivio ante la atención personalisíma, porque el guardia -aunque serio- estaba presto a contestar cualquier inquietud. Alguno que otro "¿ya ve?", "uh, entonces AHORA me toca irme a otro lugar" pero en fin comentarios que trababan complicidad en vez de caldear venas. La revolución no se hizo y el primer mártir no fue llorado. Las víctimas no gustan, no hay víctimas.
Los problemas se solucionaron con bastante tranquilidad y orden, ¿qué horas hemos desperdiciado realmente si sirven para desperdiciarlas? Y mira, afuera del banco espera un chiclero que ya no hace sonar sus Tic Tac (legítima inquietud: ¿habrá una ordenanza en contra de eso?) y secretamente le agradeces a la voz que llamó al guardia porque hubieras tardado en preguntar tú mismo, agradeces las fallas que sirven para confirmar la necesidad del sistema. Todo afuera es linda, céntrica "regeneración urbana" de progeso en vez de buen nombre para banda anarco-punk y compras un cigarrillo cual pequepensante y fumas las contrariedades... exhalas para adentro: "El señor tenía razón, pero para qué enojarse."
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